En el acuario de Facebook

 En el acuario de Facebook”. El resistible ascenso del anarco-capitalismo” (2012), editado por Enclave de Libros, es una investigación del colectivo Ippolita que permite comprender la idea de progreso que anida en la participación on-line y en las redes sociales.

 El discurso de los ciber-utopistas: Internet 2.0 es la realización online de un mundo perfectamente democrático en el cual cada netzien (net citizen, ciudadano de la red) contribuye al bienestar común; la libertad de Internet es un punto irrenunciable en cualquier sociedad libre y justa.

 La lógica de la cibernética social: cuanto mayor es la participación en la Web 2.0, mayor nivel de democracia. La  participación online es a la democracia lo que el PIB al bienestar de una sociedad. Las democracias occidentales se vuelven cada vez más democráticas porque los ciudadanos están más informados, pueden acceder cuando y como quieran a la verdad puesta a su disposición por las redes digitales. La era de la libertad ha llegado ¡y los regímenes autoritarios están a punto de derrumbarse a golpes de tweet! Bajo todo ello subyace el postulado de un desarrollo lineal de la historia, dentro de la cual el progreso y las nuevas tecnologías son recursos dispuestos al desarrollo social, cultural y personal del ciudadano.

 La realidad es diferente a la de los entusiastas de las redes digitales. La democracia 2.0 no tiene que ver con una sociedad libre ni tampoco con una sociedad revolucionaria de individuos autónomos capaces de superar por sí mismos dinámicas autoritarias.

 Lo que se pasa por alto en todas estas consideraciones es que la esencia de la tecnología nunca es tecnológica, y tampoco neutral, sino analizable en términos sociales, políticos, económicos, psicológicos, antropológicos. La tecnología  no es buena ni mala de por sí, por lo que hay que analizarla dentro de su funcionamiento específico (la alianza con el mercado).

 Ippolita: “El entusiasmo mostrado por las redes, y más aún por la sociabilidad en la red, es un fenómeno clásico que se verifica puntualmente en cuanto emerge una nueva tecnología mediática. En efecto, con cada ola tecnológica, ejércitos de expertos y futurólogos se prodigan en exaltar las progresivas suertes de la humanidad, revelando haber entendido la lógica intrínseca de ésta o aquella tecnología. Así, la prensa ha sido considerada como lo que ha impulsado las democracias en Europa; cuando llegó el telégrafo, la guerra parecía una idea absurda de una época pasada en la cual las personas no podían comunicarse entre si; la radio, prometedora tecnología con la que en teoría todos podían emitir y recibir, fue promovida como herramienta de una nueva era de paz; la televisión prometía hacernos ver lo que ocurría en el otro extremo del mundo, de manera que se sacarían a la luz los horrores de la guerra y, por consiguiente, se evitarían. Bien, las guerras de religión han estallado también gracias a la prensa, cuya ayuda ha resultado indispensable para los nacionalismos y la construcción de las modernas burocracias estatales; el telégrafo ha sido un instrumento fundamental en la destrucción del Lejano Oeste y de los nativos americanos; la radio ha sido el arma de propaganda más poderosa de los regímenes fascistas y nazis, hasta llegar a los genocidios étnicos de Yugoslavia y Ruanda; y la televisión, el sedante de las masas de consumidores y el púlpito de los telepredicadores más agresivos.

 La euforia mediática siempre tiende a equivocarse, porque se fundamenta en el principio subyacente del determinismo tecnológico, una fe firmemente ilustrada según la cual la información es emancipadora y el conocimiento, las ideas revolucionarias y el Progreso un horizonte ineluctable. Sin embargo, si los medios de comunicación son intrínsecamente democráticos, y si la llegada de los social media anda pareja con la tan esperada revolución por la que los individuos participan en primera persona en la construcción de la sociedad, entonces no hace falta esforzarse. La narración del determinismo tecnológico se basa en una presunta necesidad histórica, según la cual el peso de las elecciones individuales sería nulo o irrelevante. En esto se parece a la dialéctica marxista: hay que imponer la libertad, porque la tecnología es libre de por sí, portadora de los derechos humanos universales, independientemente de las personas, así como es inevitable la dictadura del proletariado. De esta manera se oculta el hecho de que las empresas que están detrás de la explosión de los social media no son simples partidarios, a su pesar, de un proceso histórico inevitable, sino agentes activos que persiguen sus propios intereses. No hay que dar por supuesto que la privacy es un concepto obsoleto porque la sociedad, tecnológicamente determinada, marche hacia la transparencia total; son Facebook, Google, Twitter, Amazon y otros semejantes lo que necesitan desmantelar la privacy para poder instaurar el reino del consumo personalizado”.

EL NEGOCIO DE FACEBOOK

 En Enero de 2011 se descubre que Goldman Sachs (sociedad de evaluación del riesgo, uno de los principales responsables de la crisis financiera de los últimos años), está invirtiendo 500 millones de dólares en Facebook, ofreciendo la posibilidad a sus clientes más pudientes de que, a su vez, inviertan en lo mismo. La soviética Digital Sky Technologies también es otro de los principales inversores.

 Facebook no ha hecho más que aumentar sus beneficios económicos desde su inicio. Como todos sabemos, Facebook vende nuestros datos y gustos a las empresas para difundir una publicidad adaptada a nuestros intereses. Una cuenta no es propiedad del usuario, es un espacio puesto a su disposición gratuitamente a cambio de su disponibilidad a ser seccionado en partes comercialmente interesantes para el mercado.

 Facebook difunde la ideología de la transparencia: ser transparente para las máquinas nos volverá libres, nos permitirá desarrollar nuestra personalidad. En realidad este dogma de Facebook es una precisa necesidad comercial: los datos de los usuarios deben ser públicos y la privacy debe desdibujarse para favorecer la cosecha de la publicidad. Los anunciantes deben poder verificar que su publicidad se ha colgado sólo en las páginas de los usuarios que se corresponden con el perfil del consumidor requerido para su producto.

 Ippolita aclara: “Los alfiles de la economía del don en la red olvidan siempre decir que el verdadero don es el de los usuarios, quienes cada día regalan su tiempo a empresas privadas que se lucran con sus datos. Un don quizás inconsciente para millones de individuos, pero que tiene un valor económico extraordinario, al menos en el plano de la masa”.

IDEOLOGÍA DEL ANARCO-CAPITALISMO

 Facebook es un proyecto promocionado y financiado por la extrema derecha estadounidense, right libertarians (“libertarios de derecha”), también conocidos como anarco-capitalistas, un oxímoron muy adecuado.

 Peter Thiel, empresario paladín del anarco-capitalismo, uno de los 400 hombres más ricos del planeta, fue el primer financiador de Facebook, allá en 2004, y hoy posee el 3% de la sociedad a título personal. Thiel ha financiado también a la extrema derecha estadounidense, y colaborado con el Tea Party. Según Thiel, la democracia es incompatible con la libertad porque los Estados y las demás instituciones llamadas democráticas ahogan las libertades individuales mediante leyes, impuestos, sindicatos, etc. La solución pasa por un capitalismo sin reglas. Para Thiel el capitalismo debe ser entendido como una empresa revolucionaria de liberación de la especie humana por medio de la tecnología. The Thiel Foundation- nos aclara en su web– “define y promociona la libertad en todas sus dimensiones: políticas, personales, económicas”. Los proyectos financiados están dirigidos a su idea de libertad, principalmente mediante la tecnología. ¿Y de qué libertad se trata? ¿Qué tipo de sociedad financian los anarcocapitalistas?

 Dar cuenta rápidamente de la ideología libertaria estadounidense resulta complejo, en especial desde el punto de vista europeo, pues en Europa las ideas libertarias pertenecen históricamente al anarquismo y al internacionalismo socialista, rico en matices. Los libertarios de derecha estadounidenses proponen la realización radical de las libertades individuales en un contexto de libre mercado, en oposición total a cualquier tradición o práctica socialista. La propiedad es el fundamento de la identidad individual. El libre mercado capitalista es el único bueno por naturaleza, es el sistema capaz de garantizar las libertades individuales, una forma de Derecho natural que asume el derecho a la propiedad como un derecho “natural”, y la expansión de la propiedad como el único baluarte de la “verdadera libertad”. La acumulación de bienes y utilidades es entendida como fin y contenido de libertad. La única libertad legítima es la del mercado capitalista, en tanto fruto de la libre acción de sujetos individuales libres motivados por el propio interés privado de acumulación y consumo. Sin mediación e interferencias, el individuo triunfa. Cualquier institución que se interponga entre el individuo y el disfrute de la propiedad privada ha de considerarse opresiva, una tiranía contra la cual todo se vuelve lícito, y de la que es posible salir mediante una desregularización absoluta. El individualismo que esgrimen sólo se puede realizar con un “Estado mínimo”, tras la privatización de los recursos sociales y la disolución de las instituciones que consideren represivas, lo cual da pie a la definición paradójica de anarco-liberales o anarco-capitalistas.

 anarcocapitalismoPuesto que el anarquismo individualista se corresponde con el máximo de libertad individual, y el libre mercado con la realización de tal libertad, en consecuencia anarquismo y capitalismo son sinónimos. Murray N. Rothbard, reputado economista y declarado right libertarian, lo explica así: “nosotros (anarco-capitalistas) creemos que el capitalismo es la plena expresión del anarquismo y que el anarquismo es la plena expresión del capitalismo. No sólo son compatibles, sino que no es posible conseguir el uno sin el otro. El verdadero anarquismo será capitalista y el verdadero capitalismo será anarquista”.

 En la actualidad las posiciones de los libertarios estadounidenses están muy próximas al Tea Party del Partido Republicano. En Europa los right libertarians  tienen una presencia muy inferior, al menos en la política oficial, si bien se están desarrollando expresiones políticas íntimamente ligadas a los principios libertarians que están teniendo repercusión en algunos países. Un ejemplo es la proliferación de los Partidos Pirata, que promueven la abolición de la propiedad intelectual y el dominio de las grandes corporaciones en el ámbito de las tecnologías digitales. El objetivo declarado: reforzar las libertades individuales en el (perfecto) mercado tecnológico.

 

LAS LIBERTADES DE LA RED. ¿Qué es lo que compartimos realmente en Facebook?

 -Homofilia.

 Facebook promueve la homofilia, la fascinación recíproca de quien se siente parte de la misma identidad. Los “amigos” de Facebook, al menos formalmente, son individuos que comparten el amor por las mismas cosas. Si a tus amigos les ha gustado un grupo de música, a ti también debería gustarte; eres, en definitiva, un consumidor potencial por asociación. Nos gusta esto. Click aquí. Somos iguales, por eso nos intercambiamos post, mensajes, fotos…

 “Facebook está basado en el concepto de la puesta en común”, declara el propio servicio en su “policy”. La ideología de la puesta en común de la Web 2.0 configura la delación de los comportamientos de los demás en una práctica social alentada, y la autodelación en regla de oro de la convivencia. Anteayer fulano estaba en la fiesta de mengano, aquí están las fotos, di que te gustan. Actualiza ahora tu perfil y cuéntale a todos lo que te gusta, dónde estás, con quién, qué haces; y dinos también cuál es tu marca preferida de vaqueros…

me gusta/no me gusta Si la identidad grupal está construida sobre la base de sentimientos tan sencillos como “me gusta”, por un lado es necesario repetir incesantemente lo que te gusta y lo que no te gusta; por otro, también hay que conocer en tiempo real lo que les gusta a los demás para evitar desagradables desviaciones de la identidad conseguida con nuestro sentido de pertenencia. Consolidar la identidad implica tanto el autocontrol de sí como de los demás.

 Ippolita: “…la sociabilidad de Facebok, de Google, de las redes sociales digitales ha conseguido dotarnos de un fenomenal autocontrol. Ansiosos, controlamos decenas de veces cada día nuestro correo electrónico.  Controlamos el muro de Facebook; controlamos que no hemos perdido llamadas o mensajes en nuestros móviles y  smartphones; controlamos las reacciones de nuestros followers en Twitter; controlamos si alguien está contactando con nosotros en Skype, MSN o algún otro sistema de chat. Esta es la sociabilidad turbo-capitalista: el control y el ajuste compulsivo de nuestros perfiles digitales, para estar a la altura del mundo ahí fuera. Controlamos que existimos, pues si no estamos ahí fuera no existimos. El autocontrol, en el sentido exacto de controlarse a sí mismos”, se ha vuelto una segunda naturaleza, un reflejo condicionado por la presencia de objetos tecnológicos, junto con los cuales formamos el sistema técnico global. Esperamos que alguien conteste nuestros correos, nuestros posts, queremos ser etiquetados y reconocidos. Queremos atención, queremos reconocimiento, pero sólo conseguimos migajas, retales de tiempo más o menos de la misma calidad que ofrecemos a los demás, quienes, al igual que nosotros, están demasiado atareados en crearse un álter ego digital a la altura de las circunstancias. Estamos en la sociedad de la prestación”.

 -Exhibicionismo.

 En la sociedad del espectáculo masificado todos somos al tiempo espectadores que aplauden y actores en el espacio representando identidades virtuales. Es impresionante cuántos y distintos detalles estamos dispuestos a contar sobre nuestras vidas para ser el centro de atención. No hace falta tener capacidades específicas: basta con darlo todo, con presentar nuestras emociones sin filtros. Se requiere la máxima sinceridad. ¡Sé transparente! Escribe, dibuja, fotografía y establece links sobre lo que te afecta más íntimamente; expón tus emociones para el público que te observa, de la manera más trivial posible: ésta es la máxima libertad de expresión.

 La felicidad liberadora de la máxima de Raoul Vaneigem, “todo se puede decir, nada es sagrado”, queda banalizada. Todo es casi-sagrado, relativo, en el peor sentido de equivalente (a igual distancia de, igual de inútil), porque parece que nada diferente se puede decir ya.

 -Narcisismo.

 En Facebook todos somos Narciso mirando su propia imagen, en este caso reflejada por la red social. Yo soy mi comportamiento online. La tarea reside en  reconstruir incesantemente una nueva identidad. Hacer accesible todo aspecto de la propia personalidad en una narración sin puntos oscuros, lineal, clara, consecuente. En ese sentido la imagen del perfil es importante, importantísima. Así que colocaremos una foto en la que hemos salido bien, una pose sugerente. Este es nuestro verdadero “yo”: desde luego no las fotos en la que aparecemos cansados, decepcionados o deprimidos.

Facebook nos vende la recompensa ante nuestro esfuerzo de recomponer nuestras identidades dispersas en los mil fragmentos de la competitiva vida contemporánea para devolverla en forma de un “yo” auténtico que nos presenta y nos guía. Lo discutible aquí es que la autenticidad es un proceso, no un hecho establecido de una vez para siempre, es devenir uno mismo junto con aquellos otros que contribuyen a nuestro crecimiento personal.

 -Sustitución de la presencia física.

 Sobra decir que pasar tanto tiempo produciendo una imagen de uno mismo online, repercute también en la vida offline. Se necesitan muchas horas para crear un perfil cautivador y popular. La paradoja es que para ser socialmente más activo, para ejercitar y desarrollar nuestro “yo” digital necesariamente tenemos que ser más pasivos físicamente. Nuestra identidad virtual es un sustituto de la presencia en el mundo físico.  La Web 2.0 es un medio para subrogar la presencia, para mostrar un simulacro que disimule una ausencia y una lejanía física. Los sustitutos de la presencia, capaces de hacernos olvidar su propio carácter de mediadores, alejan la realidad y tienden a sustituirla de manera más convincente y menos comprometida. Recordemos que estamos todavía aprendiendo a relacionarnos con la vida y los demás en tiempo real.

facebook (1) Franco La Cecla en “Surrogati di presenza. Media e vita cuotidiana” (2006): “Los media quisieran convencernos de que son herramientas de acceso a la vivencia, cuando en realidad se han vuelto portales que sólo permiten las frames (experiencias pre-ordenadas en forma de cuadros), que ofrecen y traducen continuamente lo habitable en lo accesible, tanto en la red como a través de la red. (…). Se produce una clonación de la vivencia, no porque los media puedan sustituir la experiencia, sino porque se ponen como condiciones necesarias de la misma: se nos imponen con la seducción de esa vieja zalamera que es la tecnología, cuya carta ganadora siempre ha sido el susurro lascivo al oído del “yo te sirvo””.

 -Interacciones superficiales.

 Los tecno-entusiastas de la “participación online” de masas difunden la conciencia de que la suma del conocimiento genera un valor añadido. Pero realmente conocer todo de una sitcom, o de la última moda del Village de New York, no significa conocer más, ni tampoco conocer mejor. Los conocimientos no son todos iguales. No todo es equivalente. Por un lado, hay una diferencia entre saber reparar el grifo que gotea aquí y ahora, o saber remendar un bolsillo, o saber cantar, o saber escuchar el secreto de un amigo, y, por otro, ser capaces de postear en el propio muro de Facebook. Se trata de dos tipos de competencias de complejidad diferentes. Las primeras producen autonomía, hacen a las personas individuos autónomos, y la última competencia es un saber-poder que depende totalmente de las producciones heterónomas (dirigidas por otros según las normas de otros) del mundo “ahí fuera”, especialmente si no tengo la más mínima idea de cómo funciona técnicamente Facebook (por lo tanto no soy autónomo en relación con la herramienta), aunque lo utilice compulsivamente.

Si nos detuviéramos y reflexionáramos más llegaríamos a la conclusión que sostener la libre circulación del saber no tiene nada que ver con esta forma de compartir, automática y forzada, de cualquier cosa. Ésta no es la puesta en común del copyleft, del conocimiento liberado de las trabajos de las patentes, de las marcas registradas, de los acuerdos de no divulgación, tampoco es el conocimiento del dominio público: publicado no significa público, sino gestionado por una sociedad privada, justamente Facebook.

 Las informaciones de ayer no tienen ya ninguna relevancia hoy. La experiencia queda circunscrita a una especie de eterno presente. El pasado fluye inexorablemente hacia abajo y nadie acude a leerlo los post viejos. “La articulación del pensamiento queda atrapada en la velocidad de la mutación, una velocidad de fuga necesaria para disfrazar la inconsistencia de la socialización que se está creando” (Ippolita).

 La superficialidad del mito de la participación online queda puesta en evidencia por las expresiones utilizadas para interaccionar en la red (“me gusta”, “cliquea aquí”, “dinos lo que estás pensando”). Porque lo cierto es que la vida social es más compleja de lo que la transparencia radical de Facebook permite, a no ser que renunciemos a la mayoría de lo que nos hace diferentes a los demás, y que nos uniformemos con un grupo que piense y necesite del mismo modo.

 -Revolución on-line y activismo de salón

 El entusiasmo de los medios occidentales por la llamada Primavera Árabe, y antes por el movimiento verde de Irán, es el resultado de la perspectiva tecnófila que considera que la libertad es una consecuencia del uso de la tecnología adecuada, y que la información libera la hostia bendita de la nueva democracia. La opresión social se contempla como el efecto de una información a medias o incorrecta. He aquí la receta universal para una sociedad más libre, se nos dice: aumentar la circulación de las informaciones, mejorar las conexiones de red, agilizar al máximo las transacciones informativas.

 Con todo ello pasamos por alto que la mayoría de los muros que hay que abatir no son realmente firewall tecnológicos, sino obstáculos sociales, políticos y culturales. Nos olvidamos, también, que Twitter y Facebook son usados sin problemas en países con dictaduras-es más, los regímenes represivos mejor organizados saben aprovecharse de los métodos de sus disidentes, lo cual demuestra una vez más que ninguna tecnología es neutral. Por ejemplo, los ataques DDoS, uno de los métodos de protesta popularizados por Anonymous, han sido utilizados por los gobiernos saudí y ruso para ejercer la censura-.

 Se nos hace creer que basta con levantar la capa de la censura para ver surgir la democracia. Se trata, por supuesto, de un discurso gestionado por esos mismos tecnócratas que ofrecen el acceso o estructuran los medios de comunicación para ir equipando a los políticos con las estrategias de marketing adecuadas; hablamos de los spin doctor, profesionales de la manipulación de la opinión pública (orquestan campañas de desinformación para tapar escándalos y campañas publicitarias para halagar a sus clientes, normalmente políticos).

 Para Ippolita “desde las guerras del Golfo transmitidas por la CNN, hasta la primavera árabe en Facebook y Twitter, los medios en tiempo real no han traído la democracia automáticamente, pero han permitido a los occidentales sentirse parte del espectáculo global, quedándose cómodamente sentados en sus sillones. Casi todos los viejos dictadores están aún en su sitio, mientras que otros nuevos han aparecido en la escena mundial en cada continente. Todas estas noticias resultan óptimas para los belicistas, porque las guerras digitales parecen más necesarias que nunca para firmar una y otra vez la sociedad triunfante del libre mercado”.

 “Basta con escarbar un poco detrás de las noticias sobre las clamorosos revoluciones tecnológicas para descubrir una realidad más prosaica. En 2011, Occidente concluyó rápidamente que el régimen egipcio se había derrumbado porque se vio impotente ante la insurrección popular que tuvo lugar gracias a Internet, deduciendo que el viento del cambio que se levantó en Túnez se propagaría en todo el Mediterráneo, al menos hasta Siria. En realidad, lo único que ha quedado demostrado es que dictadores octogenarios sin imaginación como Mubarak no pueden tenerlas todas consigo, sobre todo si dejan que grupo anti-gubernamentales galvanicen libremente la oposición en Facebook durante meses. Si nos limitamos a las orillas del Mediterráneo, en Argelia no pasa nada, mientras que en Siria hay una guerra civil en curso, Egipto y Túnez se están poniendo democráticamente en las manos de partidos islamistas extremistas que, con respecto a los regímenes anteriores, saben usar muy bien los social media. Libia también marcha hacia la sharia fundamentalista, después de una guerra sangrienta apoyada por Occidente y destinada al control de los recursos petrolíferos. Es difícil ser optimistas, a pesar de que los comentaristas siguen siendo unánimes en juzgar determinante el rol de los social media.

 La interpretación tecno-entusiasta de los eventos iraníes resulta aún más inquietante. La gran mayoría de los tweet en lengua farsi durante las manifestaciones de las plazas iraníes de junio de 2009 han sido obra de iraníes disidentes de la diáspora, que utilizaban sus perfiles Twitter en cómodos ubicaciones en Reino Unido o en Estados Unidos, no en las calles de Teherán”.

 Hay que reseñar que nuestra sociedad va aprendiendo a convivir con el flujo de informaciones digitales “de denuncia” sin que dicho flujo se traduzca en acciones políticas concretas que intenten derrocar las élites dominantes.

 Ippolita: “El éxito de las redes sociales online se debe a la posibilidad de relación que brindan a una audiencia potencialmente global. Sin embargo, no es el usuario quien elige cómo relacionarse con los demás, son el proveedor del servicio que a través del ejercicio de default power determina a su antojo los detalles de ese mundo compartido. La participación online es más fácil si la comparas con el compromiso requerido por una organización offline. La gran ventaja del activismo de salón estriba en que permite un simulacro de participación hecho de un “me gusta”, un “comparte este link”, de una sincera indignación por las injusticias del mundo, cobijándose en esas pantallas que permiten el acceso a aquella experiencia de puesta en común gestionado por terceros para nuestro bien”.

 Rami Hjouri, redactor en el extranjero del Daily Star libanés, teme que el impacto global de estas tecnologías sobre el disenso político en Oriente Medio pueda ser bastante negativo, configurándose más como paliativo del estrés por impotencia que como mecanismo real de cambio. “Mantener un blog, leer sitios Internet políticamente fuertes o pasarse mensajes de texto provocadores a través de los móviles es satisfactorio para muchos jóvenes, si bien este tipo de actividades desplazan esencialmente al individuo desde el rol de participante al de espectador, transformando lo que de otra forma sería un acto de activismo político, de movilización, de manifestación o de voto en un acto de entretenimiento personal pasivo y sin riesgos”.

 Otro riesgo del que nos advierte Ippolita: “El impulso dado a la transparencia, la fragmentación convulsa de los mensajes online y la tendencia a la reducción de las capacidades de atención, favorece la aparición de mensajes extremistas, simplistas por su propia naturaleza, lo que dificulta más y más la articulación de razonamientos complejos. La dura ley de las masas, amplificada al infinito por los medios masivos, es que hace más ruido un árbol que cae que un bosque que crece, que las malas noticias consiguen audiencias mayores que las buenas, que los chistes vulgares tienen más éxito que el teatro dramático. Después de todo, lo que piden los espectadores es entretenimiento, pero fácil y nada exigente. Al igual que la política romana de hace dos mil años, la respuesta a todas las tensiones sociales se resume en la fórmula panem et circenses (pan y circo), y ojo que los juegos de circo eran sangrientas masacres entre gladiadores, animales salvajes, esclavos y opositores contra el régimen. Los telediarios de hoy en día, igual que los blogs, los videos de Youtube y los tweets son el circo contemporáneo globalizado, una forma cómoda e incorpórea de vivir la realidad en directo sin levantar los ojos. Llevamos a conocer todos los detalles de los tsunamis que arrasan lugares lejanos, mientras que no sabemos casi nada de lo que pasa a nuestro alrededor. Lo que no está en Google no existe, y lo que no deja un tweet detrás de sí, no es interesante. Incluso cuando el voyeurismo es elevado a política de la indignación, el aliento de la protesta deja las cosas como son y de inmediata se reduce a reivindicación estéril, en muchos casos incluso antes de sufrir la represión.

 ¿Qué políticas constructivas pueden expresarse en los 140 caracteres de un microblog o de los sms, en un grupo de Facebook o en un blog con muchos seguidores, aunque permita una mayor interacción? Todo lo contrario, mensajes con una identidad fuertemente caracterizada, por ejemplo de instigación al odio racial, se propagan como el fuego, tal y como demuestran las campañas de error contra minorías étnicas vía sms en Nigeria (2010, contra los cristianos), Kenia (2007, contra los Kikuyu) y en Australia (2005, contra los libaneses). Los piratas somalíes usan Twitter para coordinarse entre sí, los narcos mexicanos utilizan Youtube para glorificar sus matanzas, los musulmanes fundamentalistas adoran amenazar a los infieles a través de su blog pro-sharia, los nazis de todo el mundo encuentran en los social media extraordinarios instrumentos para difundir sus fanáticos mensajes. La propaganda occidental en pro de la libertad de la red, particularmente de los social media, tendrá que vérselas con estas realidades concretas antes de elogiar efusivamente el activismo de salón. El mundo es mucho más complejo de lo que se puede contar en el frenesí espectacular de los medios de masas, presionados por la lógica publicitaria”.

 “El coste por adherirse a los grupos virtuales es casi cero. Por eso, la participación online es parte integrante del espectáculo global. Una vez más, el tema es la articulación de la identidad individual en una identidad colectiva. Igual que los links a coste cero, las identidades que no cuestan nada no valen nada y se derrumban a la primera ráfaga de viento. Por coste, más que dinero, se entienden las competencias necesarias, el tiempo y la pasión que se emplean en crear algo colectivo. En las sociedades huxleyanas, en las que el consumo es la misión de cada buen ciudadano, no sólo los objetos son status symbol, también los grupos sociales a los que se pertenece. En el caso del activismo brindado por las redes sociales, está claro que sirve más para impresionar a los amigos que para realizar profundas convicciones políticas como respuesta de necesidades personales. El narcisismo, la autopromoción y las peticiones de atención que se manifiestan creando los perfiles personales, son los motivos principales de la adhesión a los grupos de interés.

 No se trata de una dinámica nueva ni exclusiva de las redes online. Lo de impresionar a los pares promoviendo causas ambiciosas, desde parar un genocidio en la lejanía a salvar a las focas monjas, es una de las vías para acercarse al trabajo social. Incluso el activismo off-line está con frecuencia viciado por el mismo fenómeno del fetichismo de los grupos: un individuo tiende a participar en el mayor número de grupos posible, a ir a más cursos de formación, a comprometerse con toda causa de la que se vaya enterando, so pena de padecer a posterior cierta sobrecarga relacional y sentirse impotente a pesar de las energías invertidas, vacío. Sin embargo, el verdadero motor personal suele ser una falta de identidad en el plano individual y un deseo de participar de algo más amplio, es decir, de una identidad colectiva que devuelva el sentido a un individuo agotado”.

 La utilización de Facebook (o Twitter) en las “revoluciones” del Norte de África o en las revueltas de Oriente Medio y Asia como herramienta de comunicación contra las dictaduras, en absoluto hace de ella un instrumento revolucionario. Facebook funciona muy bien, por ejemplo, en la organización de eventos y relaciones públicas. Pero eso no quiere decir que sea bueno de por sí. Toda herramienta es utilizable en sentido revolucionario, recordemos, pero son las personas las que hacen las revoluciones, no existen tecnologías insurgentes.

 MÁS ALLÁ DE LA RED DE NODOS VACÍOS: DEFENSA DE INDIVIDUOS AUTÓNOMOS DENTRO DE UNA TECNOLOGÍA CONVIVENCIAL

 Facebook es una suma de individuos particulares, lo que podrá generar muchos clips en los banners publicitarios, pero no implica una participación colectiva esperanzadora en tanto en cuanto cada individuo puede ser intercambiable entre sí.

 En 1882, el ingeniero agrícola Maximilian Ringelmann dirigió un experimento en la campiña francesa: cuatro personas tenían que tirar de una soga, primero todos juntos, luego uno por uno; la cuerda colgaba de un dinamómetro para medir la fuerza de tracción ejercida. Ringelmann se sorprendió constatando que la suma de las fuerzas de tracción individuales eran notablemente mayores que de las del grupo. Muchos otros estudios han confirmado el efecto Ringelmann, es decir, que normalmente nos esforzamos mucho menos en una tarea cuando la llevamos a cabo junto con otros. Especialmente este efecto anti-sinérgico se produce cuando se trata de tareas sencillas, repetitivas, en las cuales cada uno es sustituible y todos son formalmente importantes pero nadie marca la diferencia: aplaudir en un espectáculo, votar, compartir un link, decir “me gusta”. Cuando falta la valoración de las diferencias individuales, el aumento del número de los participantes frecuentemente produce resultados progresivamente peores. Porque la presión social referida a las características peculiares de cada uno disminuye. ¿Por qué saltar a primera fila, cuando cualquiera en nuestro lugar puede decir “me gusta”?

 En una multitud no hay razón para distinguirnos, pues la identidad grupal está determinada por la homologación, no por la excepcionalidad. Banalmente, un individuo atomizado formado incesantemente para ser intercambiable al máximo nivel con cualquier otro átomo, debe desarrollar características estándar para ser apetecible en el mercado global, en una reproducción infinita de lo idéntico con variaciones mínimas, ya previstas por el sistema de perfilación.

Un individuo autónomo será, al contrario, tanto más interesante cuanto más único, dotado de características particulares mezcla irrepetible de distintos ingredientes y experiencias. Resulta lógico pensar que tal individuo participará en distintos grupos no por autopromoción, sino por el simple placer de intercambiar y estar con individuos afines.

 Como señala Ippolita, existe una gran diferencia entre un control gestionado por sistemas automatizados con fines de lucro como es el caso de Facebook u otros de perfilación de masas, y el control recíproco de los miembros de un pequeño grupo dentro de redes autónomas, que son aquellas que sí son vehículo de crecimiento para sus participantes. Pertenecer a una comunidad, a una red organizada como un “nosotros”, quiere decir que uno se siente representado, no porque tenga derecho de veto o poder de voto, sino porque influye directamente en la red, influye en los otros y se deja influenciar. Cambia y produce cambios, estratificando una historia común. Se trata de un equilibrio dinámico y complejo por necesidad, en el cual los límites recíprocos son objeto de renegociación continua. Ésas son las verdaderas características de la participación.

 Porque todas las formas de comunicación auténticas son actos complejos de puesta en común de una imaginación personal, Ippolita concluye que la lógica de la tecnología convivencial debe ser la autonomía individual  (siempre y cuando se acuerden normas funcionales en común). Las redes autónomas son aquellas que valoran las diferencias y animan a cada participante a asumir realmente la responsabilidad; contribuyen a dejar el parloteo de fondo para crear un espacio compartido, un espacio personal y colectivo que puede ampliarse, y que implica transformarse y transformar la realidad.

 “Si observamos la actividad concreta de un individuo que entra en relación con una red en vías de organización, enseguida nos damos cuenta de que no sólo se trata de tomar decisiones, sino sobre todo de disfrutar de un recorrido común, de experimentar el placer del encuentro, del encuentro con lo desconocido en un plan compartido, del encuentro con el otro, y, a menudo, tan sólo de estar juntos entre la armonía y el conflicto. La multitud se torna interesante solamente cuando nos acercamos y descubrimos las diferencias que la conforman, las historias que se entrelazan para producir una narración colectiva. Vistas desde lejos, las personas no son más que números en una hoja estadística, puntitos sin relevancia. La participación sólo es estimable si los individuos están involucrados en un proceso de desarrollo personal”.

 El reto es que cada individuo de la red sea lo más posible autónomo, competente e interesante para los demás, y por supuesto interesado en la puesta en común. Tenemos que verificar y aprovechar los procesos comunicativos y las tecnologías que sean capaces de prolongar, localizar, y volver a ensamblar lo social favoreciendo la emersión de la red de las conexiones entre los “actores sociales”, que son los protagonistas. Puesto que lo social y la economía son discursos que no trabajan al unísono, el tiempo de la red autónoma debe ser tiempo de no-trabajo, un tiempo liberado y libre (y la libertad no es productiva), ajeno a la dinámica de las grandes cifras y de la fuerza de las masas.

 Cuestiones a plantear: ¿Cuáles son nuestros deseos en relación con las tecnologías? ¿Cómo quisiéramos construir redes sociales a la medida de nuestras necesidades? ¿Con qué herramientas? ¿Qué métodos de participación y de intercambio quisiéramos utilizar?

“Facebook y las otras redes sociales nos incitan al “elitismo de masas desencarnado”, que es sinónimo de totalitarismo global organizado en pequeños grupos autárquicos. A pesar de que es mucho más complejo y cansino, preferimos asumir el riesgo de nuestro tiempo: el riesgo de imaginar un mundo de tecnologías convivenciales. Todo es posible aún, nada definido está escrito. Todavía estamos nosotros, con nuestros deseos y nuestro tiempo para satisfacerlos, para crear algo diferente. Es el momento adecuado, también, para descolgarse, al menos un poco, de los medios sociales, apagar el ordenador, salir a la calle y empezar a construir redes sociales diferentes”.

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