Blade Runner (1982)

 

Un mundo sin Dios

  “¿Puede el creador reparar en lo que ha hecho?” Tyrell (creador de los replicantes).

  “Blade Runner” (1982) es un relato de la dialéctica imposible entre originales (personas), y simulacros (replicantes), donde se transluce la vieja confrontación entre progreso científico y necesidad de lo religioso/espiritual.

 Nos encontramos ante una ciudad que se extiende hasta más allá de donde se puede mirar: los ángeles 2019. El film se abre con las imágenes de una ciudad agonizante, entre edificios que recuerdan pirámides precolombinas, como acosada por inmensas llamas que se apagan y encienden para unos ciudadanos con necesidad de purificación.

Pese al alto nivel de  tecnología desarrollado, el ambiente resulta agobiante: la noche cae perpetua sobre la ciudad. La microinformática ha llegado a convertirse en un elemento subsidiario dentro del ambiente nocturno de lluvia y polución incesante. El universo se ha tornado de pesadilla en su progreso. Una nave publicita la posibilidad de abandonar la tierra para vivir en otro planeta: “La ocasión de volver a empezar en una nueva Tierra de grandes oportunidades y aventuras”.

La sociedad sólo parece satisfactoria para unos pocos (junto a las naves espaciales, la mayoría de los ciudadanos se desplazan mediante rudimentarias bicicletas). Como ocurre en “Metrópolis” (1927), una minoría dirigente, integrada por la élite de las corporaciones empresariales, vive en una zona privilegiada, constituida por edificios de acceso teóricamente difícil, mientras que el resto habita en mansiones solitarias o se apiña en calles similares a zocos y plazas medievales. Pero incluso la población privilegiada parece haberse adaptado a cambio de pagar un tributo de soledad (como Sebastian rodeado de muñecos parlantes, o Tyrell, diluido en la dimensión inconmensurable de su oficina). Los Ángeles del 2019 se relaciona con nuestras ciudades- presentes o pasadas- al convivir en ella elementos tanto de alta tecnología como primitivos, lo que hace mucho más amenazante la visión del futuro de Ridley Scott.

Es la vida en este ambiente deshumanizado lo que desean los replicantes conocidos como Nexus 6, simulacros de la raza humana, virtualmente idénticos a ésta, concebidos como máquinas para determinados fines, e incapaces – se nos dice- de experimentar emociones. Para evitar que éstos causen problemas, la empresa responsable- Industrias Tyrell- los crea con una fecha de caducidad de cuatro años, puesto que al cabo de un tiempo se teme que puedan experimentar sus propios sentimientos, entre los que se incluyen no sólo amor sino también ira. El proyecto inicial finalmente se desborda: los replicantes tienen conciencia de sí mismos y de lo que quieren; reclaman su humanidad y no aceptan la predeterminación de su fecha para morir, por lo que se  rebelan y escapan del control de la empresa, la cual se ve en la necesidad de contratar a un Blade Runner (cazador de replicantes) para que los vaya liquidando.

El replicante quiere saber por qué debe morir, por qué alguien como él debe ceder ante una muerte tan predeterminada. Sus preguntas (¿De donde vengo?, ¿A donde voy?, ¿Cuánto tiempo me queda?) son necesariamente humanas en este mundo donde Dios ha sido abolido porla Ciencia. Ray Batty, líder de los replicantes, interroga ala Ciencia, a quien ingenuamente supone en poder de todas las respuestas (“el lo sabe todo” dice Batty en la película a propósito de su creador). La búsqueda de los replicantes se centrará en conocer al creador para rogarle una ampliación del límite de existencia.

La Ciencia se representa en la figura de Tyrell, poseedor del capital económico y científico dentro de una jerarquía que lo sitúa en la cima, como bien se constata mediante la imagen de su oficina. Los replicantes son expresión de ese capital y los Blade Runner están a su servicio. Pero manipular la vida lleva consecuencias inesperadas y Tyrell, como todo humano que juegue a ser Dios, es más bien como un doctor Frankestein que se muestra impotente ante el quehacer de su creación. El hecho de que Tyrell lleve gafas es un ejemplo más de la ineficiencia de su poder. Tyrell controla el origen de la vida pero no la muerte, que es la cuestión fundamental de los replicantes.

Cuando Batty consigue el ansiado encuentro con su Padre y comprueba que éste no puede responder a sus preguntas, surge en él una frustración que le lleva a asesinarle, y es que descubre que la vida de su creador vale tanto como la de él. Batty asesina a la Ciencia porque se le revela insuficiente, parcial, especializada y segmentada. Pero fenecida la Ciencia, ¿qué nos queda?

                                                

 

Una nueva raza de seres

“Tiempo. El suficiente”. Batty

Se nos dice que los replicantes “son idénticos a los humanos pero sin emociones”. Observemos sin embargo la ambigüedad entre la humanidad decreciente de los humanos (recluidos en un mundo privado) y la creciente de los androides (que viven en camarilla).

 Los humanos se muestran egoístas, solitarios, obsesionados con su trabajo, e incluso presentan una apariencia física más bien frágil (Sebastian, por ejemplo, sufre un síndrome que le hace envejecer prematuramente). Por el contrario, el replicante- virtualmente igual al humano- actúa con concepto de grupo. Batty y su pareja son rubios, altos y fuertes (prototipo de raza humana que promulgaba Hitler). Al principio del film se nos dice que los replicantes Nexus 6 eran superiores en fuerza y agilidad, y al menos en inteligencia a los ingenieros de genética que los crearon. El propio nombre Nexus nos señala una asociación  materia-espíritu.

Podemos preguntarnos por el motivo por qué una máquina desea llegar a ser igual que sus creadores, cuando aquélla muestra un estadio más alto y perfeccionado. Pero lo que ocurre es que los replicantes tienen fecha de caducidad. De la angustia por dejar de existir nace la rebelión contra su naturaleza. El replicante alienta el afán de ser un hombre corriente, aunque ello le lleve a vivir en un mundo de lluvia y noche casi constantes, alumbrado por la belleza de un anuncio donde una mujer virtual sonríe, no se sabe muy bien por qué ni a quién.

El verdadero centro emocional de la película son estas criaturas sin hogar pero solidarias entre sí; su búsqueda para poder vivir y tener un futuro es lo más humano de la película. Sus muertes –ralentizadas y enfatizadas de forma violenta a propósito por el director Ridley Scott– es lo único conmovedor de la película.

El ángel caído/emergente

“La luz que brilla con el doble de intensidad dura menos”. Batty

Ray Batty es el personaje que ofrece mayor número de contrastes; consciente de que es una máquina quiere tener su propia identidad; cita con frecuencia pasajes bíblicos, un tanto apocalípticos, pero de gran belleza literaria; anida en él un cierto sentido de pecado, como si fuera consciente de que está atravesando límites que no debiera. Batty es cruel, no le importa matar, pero hay  en él una desesperación que lo humaniza; sus ansias patéticas por ser humano nos hacen sentir lástima. Este replicante bien pudiera ser una mezcla de ángel y demonio.

Como Lucifer, se rebela contra su Creador para reclamar independencia. Batty aparece como un superhombre; él mata al Creador para que nazca un nuevo concepto de hombre, más libre, menos sujeto a su origen y a un entorno que se nos muestra ya degenerado. Nos recuerda en su aspecto a un rubio Sigfrido, paradigma ario. Se presenta ante Thyrell como un hijo pródigo que vuelve para acabar con el orden divino que ha creado una civilización desintegradora. No es casual que al final de la película sus heridas en la mano nos recuerden los estigmas de Cristo.

Nos encontramos a lo largo de la película con otras referencias bíblicas : la piedad redentora; el amor que hay mostrar a todas las formas de vida; la luz solar que impregna un cielo similar al del Infierno; Zhora con su serpiente y una especie de angelicales alas de plástico trasparentes; esa Babel arquitectónica, lingüística y étnica que son Los Angeles; la paloma de Roy que se eleva tras su muerte; los dedos atrofiados de Thyrell a la manera de los Papas antiguos; la estancia de Thyrell adornada con palomas y candelabros; ese “ojo que todo lo ve” que se nos muestra al principio.

 ¿Asesinos o victimas?

Rick Deckard y Roy Batty  son más similares de lo que a simple vista podría parecer. Roy y Rick, de hecho, son nombres próximos a la homofonía, y ambos tienen cierta dualidad asesino-víctima de la que les cuesta escapar. Deckard es humano pero debe liquidar a los replicantes –es lo único que sabe hacer, le dicen- y se siente esclavizado por un trabajo inhumano que no le permite llevar la vida que desea. Por su lado, Batty no duda en matar a sangre fría en su viaje hacia la identidad humana pero, cuanto más comete actos violentos, más se aleja de esa humanidad ansiada. Al final de la película ambos acabarán por llevar a cabo un viaje al interior de sí mismos que les permitirá averiguar quienes son y qué necesitan realmente.

Deckard es la simbiosis entre el pistolero del Oeste, y el detective típico del cine negro. Se nos presenta como un personaje neutro, apático, intoxicado por la ciudad. Al inicio de la película lo vemos sumido en una especie de pozo (sin mujer y sin trabajo, deambula por unas calles de un barrio multicultural desfavorecido); no sabemos grandes cosas de su pasado, salvo que antaño era uno de los mejores blade runner. Es entonces cuando el comisario Gaff le implica en el caso de los Nexus 6 y vuelve entonces a ejercer. “Si no ejerces de policía difícilmente podrás ejercer de otra cosa”, le dice. El relato se va sirviendo de él más como vehículo de la intriga que como punto de vista. Su pelo rapado y ropajes marrones le confieren un aire neomilitar que cuadra con su psicología. Es el prototipo de Bogart/ Marlowe (vestimenta, lenguaje, amoralidad, alcohol, mujer problemática encontraba en el interior de su hogar que le ruega ayuda). Deckard identifica eficacia con liquidar replicantes, pero su voz en off irá mostrando una evolución moral que hará tambalear sus presupuestos. Tras asesinar a Zhora- masacrada a tiros por la espalda- se siente deprimido, cómo si hubiera matado a un semejante, y empieza a cuestionarse y a abrirse una brecha entre lo que desea y lo que debe hacer. ¿Controla él su vida tal y como cree?; ¿no es también una víctima de empresas Thyrell?, ¿dónde radica su humanidad si debe matar para sobrevivir?

Tras morir Zhora y Leo, vemos inmediatamente la bellísima secuencia de amor y sexo entre Rachel y Deckard. Tras llevar a cabo un asesinato, es como si Deckard necesitase de un respiradero para poder llevar la pesada carga de su identidad; esa vía de escape la encontrará en Rachel.  Dos mundos (Eros y Thánatos) que deberá elegir no sólo el protagonista, sino también su antagonista. Es en la batalla final, con cierta identificación cazador&presa, cuando ambos toman conciencia de su ser, a la manera de otras películas del director Ridley Scott (“Los Duelistas”, “Hannibal”).

Deckard asesina a Pris en una especie de cueva-mansión de tintes oníricos. Llega entonces Batty; su superioridad física frente al Blade Runner queda rápidamente manifiesta y Deckard está cada vez más indefenso. Pero Pris ha muerto y Batty tiene ante sí el cadáver sangrante de uno de los suyos; el beso dulce que da al cadáver de su compañera es un avance en su proceso de humanización, un respeto por la vida ajena, la empatía que diferencia a los humanos de los animales (o máquinas). Batty ya no sufre por su condición de replicante sino por otro ser. Los replicantes sangran, y también lloran, aunque el llanto de Batty sea como el aullido de un lobo.

El retorcido y sibilino “juego” que somete Batty al ya casi agonizante Deckard es una forma de manifestar que acabar con la vida de su perseguidor equivaldría a eliminar también la ilusión por la consecución de su objetivo- la preciada humanidad-. La presa es cautivada por el cazador.

Durante la persecución en una azotea Deckard está a punto de caer desde un rascacielos; su muerte será inminente. Ambos comparten en ese momento el miedo a la muerte. Y ese miedo les hace iguales. Es entonces cuando Batty cobra consciencia de que sus ambiciones son desde hace tiempo iguales a las de cualquier otro ser humano: alargar la vida, sea cual sea el estado en el que ésta se encuentre. Es penoso vivir con miedo pero es ahí donde reside lo humano. Batty decide entonces ayudar a Deckard para que no caiga al vacío. ¿No es la empatía hacia el sufrimiento ajeno la mejor muestra de indicar que su proceso de humanización ha concluido?

Jesús Alonso Burgos en su libro “Lo que Deckard no sabía” (2011) interpreta la decisión de Roy Batty:

“Roy, la máquina de matar, el ángel vengador, podía haber aniquilado a su enemigo con un solo gesto; era, quién puede dudarlo, lo que la justicia pedía. Pero él mismo está a punto de morir, ¿para qué más muertes? Él, que ama tanto la vida. Por eso, como aquellos héroes redentores cuyas hazañas cantan los mitos (Hiérax, Prometeo, Cristo, etc.), no sólo no lo mata, sino que tampoco le deja morir, antes bien, lo salva, porque salvándolo- así sea su enemigo- de alguna manera también se salva él mismo, ya que sólo puede luchar contra la muerte luchando por la vida, afirmando el sentido de la vida, reivindicando la totalidad de la vida. Y ésa es la terrible lección, la vieja lección que Deckard, el hombre del nihilismo, al fin aprende de los labios de su enemigo moribundo:

“No sé por qué me salvó la vida- dice la voz en off de Deckard-. Quizá en esos últimos momentos amaba la vida más de lo que la había amado nunca. No sólo su vida: la vida de todos; mi vida. Todo lo que él quería eran las mismas respuestas que todos buscamos: de dónde vengo, adónde voy, cuánto tiempo me queda…Todo lo que yo podía hacer era sentarme allí y verle morir”.

La vida de todos, ciertamente, porque, muerto Dios, sólo el hombre puede decirse y construirse a sí mismo. Y el hombre se dice y hace junto a los demás, con los demás: es él y los otros. No se trata, por tanto, de caridad cristiana o de amor al prójimo (de todas formas, muy estimables), ni tampoco de una fraternidad o solidaridad abstractas (ese obligado latiguillo de la progresía oficial), sino de algo muchísimo más necesario- aceptar- frente al cálido consuelo de las religiones o el torpe optimismo del racionalismo moderno, es decir, frente a cualquier historicismo- que la muerte tiene, efectivamente, la última palabra. Pero que, porque ello es así, es por lo que la vida, toda vida, y su condición esencial, la libertad, se alzan como bienes sumamente valiosos que hay que preservar y disfrutar, sin permitir que nada ni nadie los desvalorice o malogre.

El hombre, y sólo el hombre, puede elegir entre el bien y el mal, entre el amor y el odio, la libertad y la tiranía. (…) “Si Dios no existe, todo está permitido”, decía Aliosha Karamazov, el prototipo del nihilismo europeo inmortalizado por Dostoievski. Pero la razón humanista dice, precisamente, todo lo contrario: “Porque sólo existe el hombre, todo no está permitido” Roy, al morir, no se convierte en humano, que ya lo era, sino que opta por una de las dos posibilidades que tienen todos los humanos”.

”Es hora de morir”, anuncia el replicante líder en la azotea mientras la lluvia resbala por su pelo. Morimos porque hemos vivido. Batty asume su muerte porque ha rastreado ya lo humano que había en su condición de replicante; es como si fuera consciente que la vida no es más que entender la importancia que tiene en sí misma, más allá de intentar encontrar (estériles) respuestas ontológicas. La vida es demasiado especial como para esforzarse hasta el paroxismo en buscar el método de prolongarla. Batty sabe que sus preguntas nunca hallarán respuesta pero también que para poder vivir hay que valorar no sólo la vida propia sino la de los demás. Es nuestra mente y espíritu – y no nuestro nacimiento- lo que nos hace humanos. Hacerse humanos es una tarea, no una herencia.

Es al conseguir el proceso de humanización ansiado cuando Batty muere: una paloma asciende hacia los cielos, llevándose su alma – sí, tiene un alma, parece que nos dice el director Ridley Scott en esa imagen-. Y es que los muertos saben más de la vida que los vivos. En su momento final se redunda la idea de Batty como un ángel redentor; puesto que con su sacrificio permite a Deckard vivir tranquilo sin su misión de aniquilación. Tras la muerte de Batty, Deckard se hace consciente de la necesidad de apostar por el “Eros” (Rachel).

 Se adjunta el video donde Roy alcanza su proceso de humanización

 

¿Pero quién vive?

Scott juega con la indefinición de la condición de Deckard y nos hace dudar si éste no es también un replicante. Si los replicantes huidos eran 6, y uno ha muerto al acceder a la torre Thyrell y Deckard retira a cuatro, ¿quién es el sexto?

Deckard atesora unas fotos de antigüedad sospechosa como prueba de su pasado, a la manera de Rachel. Gaff, su jefe, parece controlar siempre los movimientos de Deckard, vigilancia manifiesta en el instante en que, tras quedar el último replicante extinguido, irrumpe inmediatamente con junto a su equipo de policías en la azotea del edificio donde ha tenido lugar el enfrentamiento (¿cómo sabía dónde se encontraba Deckard?). Intuimos también el control sospechoso de Gaff en otra de las secuencias finales de la película: Rachel y Deckard- un Deckard asustado, como preguntándose si no estará en el fondo él también perseguido- están saliendo del apartamento cuando éste observa en el suelo un origami con forma de unicornio. El unicornio es animal mitológico que perdía la vida al ser capturado. A Gaff le hemos visto durante la película disfrutar con la papiroflexia; no hay duda que ha sido él quién ha dejado el unicornio, quizás conscientemente para que Deckard se de cuenta de su escasa libertad. Deckard rompe el unicornio, fija la vista en el infinito, asiente con la cabeza y va al encuentro de una Rachel esperándole en el ascensor para huir de un mundo donde es imposible la felicidad. La puerta del ascensor se cierra; se abrirán muchas otras.

En la versión ofrecida por el montaje del director- exhibida 9 años después del estreno del film- el unicornio aparece dos veces. La primera se corresponde con un sueño de Deckard y la segunda es en la secuencia ya comentada (la pareja protagonista está huyendo y Rachel roza la figura de papel con el pie al ir hacia el ascensor). Gaff crea la figura del unicornio porque él conoce los sueños/implantes de Deckard, y así se lo demuestra. Es como si también le dijera a Deckard que ya no le es útil y que le permite marchar, pero que su condición de replicante marcará el futuro de su existencia.

Si se crearon Nexus 6 creados para el placer y la guerra, ¿por qué no iba a haber replicantes encargados de buscar a otros replicantes peligrosos para el hombre? “Este test… ¿te lo has hecho a ti mismo alguna vez?, pregunta Rachel a Deckard.

Poca importa si Deckard es o no otro ser de condición artificial. Los replicantes han dejado de ser “ello” para construirse en sujetos. Ya nada los diferencia de los hombres como no sea una fuerza y efectividad empíricamente sobrehumanas. Es mediante el precario intento de romper los límites, la propia conciencia de merecer identidad, la (engañosa) confianza en la memoria, el sentido de finitud y de aproximación a la muerte, lo que les ha vuelto humanos. La línea de separación se esfuma; llega una nueva era caracterizada por la confusión máxima entre replicantes y humanos.

“Blade Runner”, ante tamaña visión apocalíptica del planeta Tierra en el 2019, apuesta en su final por el amor/empatía como redención. Rachel – la aparente mujer fatal típica del cine negro- salva a Deckard de vivir en un estado artificial e ignorante. Éste se siente atraído por la ambigüedad de Rachel, quien no acabamos de saber si es humana o replicante; es como si ésta fuera la Replicante- Madre que tiene algo que lo demás no poseen. “Te debo la vida”; dice Deckard a Rachel. Son sus encuentros con Rachel los que le empiezan a empujarle hacia la humanización.

Por su parte, Rachel, persigue/rehúye a Deckard ante el temor-ansia por conocer su identidad, puesto que sospecha de que bien pudiera ser ella una replicante. Rachel no sabe si comportarse como replicante o como humana (la Rachel replicante lleva el pelo recogido, y cuando se entrega a su humanidad la vemos con el pelo suelto, como en esa hermosa escena en la que está tocando el piano y deja libre ese pelo atractivamente rancio).

En una de las últimas secuencias, Rachel yace en un aparente estado de inconsciencia, oculta tras una sábana que nos impide saber si su supuesta fecha de caducidad ha acabado con ella. Pero llega Deckard y, como un príncipe azul, logra reanimarla con un beso. Es en este momento, con ese beso-caricia (Batty también besa a Pris en estado yacente, recordemos) cuando Blade Runner y Replicante traspasan sus identidades y logran ir más allá de lo impuesto y lo esperado; accederán con esta entrega mutua a una realidad distante de la ofrecida – de ambiente casi irreal como revela el paisaje agreste del final y que parece surgir más de la imaginación de ambos que de las zonas fronterizas de los Ángeles-, donde la distinción entre humanos y replicantes ha sido abolida. Imágenes últimas que nos prometen un regreso a lo primitivo, una esperanza de una nueva generación de seres que vivirán en un mundo alejado del mercado de animales artificiales y luces de neón. Replicantes o humanos, ya no serán esclavos, sino seres con capacidad de elegir.

Lo que nos determina no es lo humano, cuya categoría ha perdido importancia, sino los sentimientos desarrollados, especialmente el amor y la empatía.

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