Žižek.Pospolítica

Acerca del pensamiento de Slavoj Žižek en su ensayo “En defensa de la intolerancia” (2001)

 Pensemos en el ejemplo clásico de la protesta popular (huelgas, manifestaciones de masas, boicots) con sus reivindicaciones específicas (“!No más impuestos!”, “Justicia para los encarcelados”, ¡No más explotación de los recursos naturales!…): la situación se politiza cuando la reivindicación puntual empieza a funcionar como una condensación metafórica de una oposición global contra Ellos, los que mandan, de modo que la protesta pasa de referirse a determinada reivindicación a reflejar la dimensión universal que esa específica reivindicación contiene ( de ahí que los manifestantes se suelan sentir engañados cuando los gobernantes, aquellos contra los que iba dirigida la protesta, aceptan resolver la reivindicación puntual; es como si, al darles la menor, les estuvieran arrebatando la mayor, el verdadero objetivo que trasluce en el motor de la lucha). Lo que nuestra era postpolítica trata de impedir es, precisamente, esta universalización metafórica de las reivindicaciones particulares.

La “pospolítica” es una política que afirma dejar atrás las viejas luchas ideológicas para recaer en la administración y gestión de expertos de la manera más eficiente y responsable posible. La postpolítica (la “gestión de los asuntos sociales como algo técnico”) moviliza todo el apartado de expertos, trabajadores sociales, asociaciones, etc., para asegurarse que la puntual reivindicación (“la queja”) de un determinado grupo se quede en eso: en una reivindicación puntual. La expresión del antagonismo soterrado en nuestro liberalismo económico acaba ahogada. La posmoderna postpolítica es una forma de negación de lo político.

Según Žižek, el multiculturalismo normativo –con sus rencillas, tanto en el nivel teórico como político, entre liberales, comunitaristas, defensores de las políticas del reconocimiento, radicales, etc. – supone no sólo un desplazamiento de la atención desde cuestiones estructurales hacia cuestiones meramente  culturales sino que es, de hecho, el cascarón ideológico de la (supuesta) despolitización actual de la economía. Instrucción final: que todo se mueva para que nada cambie.

Lo político y sus negaciones

Para el teórico Jacques Rancière (La mésentente, 1995) lo político apareció por vez primera en la antigua Grecia, cuando los pertenecientes al demos (aquellos sin un lugar claramente definido en la jerarquía de la estructura social) no sólo exigieron que su voz se oyera frente a los gobernantes, frente a los que ejercían el control social; esto es, no sólo protestaron contra la injusticia que padecían y exigieron ser oídos o formar parte de la esfera pública en pie de igualdad con la oligarquía y la aristocracia dominantes, sino que, ellos, los excluidos, los que no tenían un lugar fijo en el entramado social, se postularon como los representantes de la sociedad en su conjunto, de la verdadera universalidad (“Nosotros, la “nada” que no cuenta en el orden social, somos el pueblo y todos juntos nos oponemos a aquellos que sólo defienden sus propios intereses y privilegios”).

El conflicto político, en suma, designa la tensión entre el cuerpo social estructurado, en el que cada parte tiene su sitio, y la “parte sin parte”, que desajusta ese orden en nombre de un vacío principio de universalidad. La verdadera política trae siempre consigo una suerte de cortocircuito entre el universal y el particular: la paradoja de un “singular universal”, de un singular que aparece ocupando el universal y desestabiliza el orden operativo “natural” de las relaciones en el cuerpo social.

Esta identificación de la no-parte con el todo, de la parte de la sociedad sin un verdadero lugar (o que rechaza la subordinación que le ha sido asignada), con el universal, es el ademán elemental de la politización, que reaparece en todos los grandes acontecimientos democráticos, desde la Revolución Francesa(cuando el tercer estado se proclamó idéntico a la nación, frente a la aristocracia y al clero), hasta la caída del socialismo europeo (cuando los “foros” disidentes se proclamaron representantes de toda la sociedad, frente a la nomenklatura del partido).

Cuando los “excluidos” protestan contra la élite dominante, la verdadera apuesta no está en las reivindicaciones explícitas (aumentos salariales, mejores condiciones de trabajo, etc.) sino en el derecho fundamental a ser escuchados y reconocidos como iguales en la discusión. Cuando ello ocurre se modifica el contexto que determina el funcionamiento de las cosas: llega lo político.

Žižek: “Recuerdo cómo en 1988, cuando el ejercito yugoslavo detuvo y enjuició a cuatro periodistas en Eslovenia, participé en el “Comité por la defensa de los derechos humanos de los cuatro acusados”. Oficialmente, el objetivo del comité era garantizar un juicio justo…pero se acabó convirtiendo en la principal fuerza política de oposición, algo así como la versión eslovena del Forum Cívico checo, el representante de facto de la sociedad civil. El programa del Comité recogía cuatro puntos: los primeros tres se referían directamente a los acusados, pero “el diablo está en los detalles”: el cuarto punto afirmaba que el Comité pretendía aclarar las circunstancias del arresto y contribuir así a crear una situación en al que semejantes detenciones no fuesen posibles; un mensaje cifrado para decir que queríamos la abolición del régimen socialista existente. Nuestra petición, “!Justicia para los cuatro detenidos!”, empezó a funcionar como condensación metafórica del anhelo de desmantelar completamente el régimen socialista. De ahí que, en nuestras negociaciones casi diarias con los representantes del Partido Comunista, éstos nos acusaran continuamente de tener un “plan secreto” aduciendo que la liberación de los cuatro no era nuestro verdadero objetivo y que estábamos “aprovechando y manipulando la detención y el juicio con vistas a otros, y oscuros, fines políticos”. Los comunistas, en definitiva, querían jugar al juego de la despolitización “racional”: querían desactivar la carga explosiva, la connotación general, del eslogan “Justicia para los cuatro arrestados” y reducirlo a su sentido literal: una cuestión judicial menor… He aquí la verdadera política: ese momento en el que una reivindicación específica no es simplemente un elemento de la negociación de intereses sino que apunta a algo más y empieza a funcionar como condensación metafórica de la completa reestructuración de todo el espacio social”.

Estas intrusiones de la verdadera política comprometen aquello que Rancière llama el orden policial. El orden liberal-capitalista es un orden policial en el sentido de que neutraliza la dimensión propiamente traumática del acontecimiento político para mantener un orden en el que cada parte tiene un sitio asignado. El orden liberal-capitalista niega la verdadera política, bajo la efectiva estrategia de la pospolítica, que acude al modelo de la negociación empresarial.

La postpolítica subraya que la lucha de clases ha quedado como desfasada y que por tanto hay que abandonar las viejas divisiones ideológicas (izquierda y derecha). El reto, se nos dice, es ahora resolver las necesidades y exigencias PUNTUALES de la sociedad provistos de la necesaria competencia del experto (que se presenta como apolítico- por ejemplo: el economista, el sociólogo, el diplomático, etc.-).

Un concepto que expresa adecuadamente la postpolítica es el del New Labour de Tony Blair, definido por él como “el centro radical”. Lo que el New Labour (o, en su día, la política de Clinton) tiene de radical es su abandono de las “viejas divisiones ideológicas”, a menudo expresado como una paráfrasis del conocido lema de Deng Xiao-ping de los años sesenta: “Poco importa si el gato es blanco o rojo, con tal de que cace ratones”. En esta misma línea, los promotores del New Labour suelen subrayar la pertinencia de prescindir de los prejuicios y aplicar las buenas ideas, vengan de donde vengan (ideológicamente). Pero, ¿cuáles son esas “buenas ideas”? La respuesta es obvia: las que funcionan.  Lo que realmente ocurre es que decir que las buenas ideas “son las funcionan” significa aceptar de antemano la constelación existente (el capitalismo global) que establece lo que puede funcionar (por ejemplo, gastar demasiado dinero en educación o sanidad o cultura “no funciona”, porque se entorpecen las condiciones de la ganancia capitalista). Estamos lejos del verdadero acontecimiento político, aquel que permite una transformación de las condiciones de vida de la sociedad.

Lo que se celebra como “política posmoderna” (tratar reivindicaciones específicas para resolverlas mediante acuerdos en el contexto “racional” del orden global) no es, en definitiva, sino la muerte de la verdadera política. La pospolítica se vale para ello de las políticas identitarias, las cuales pretenden asignar el sitio de cada cual en la estructura social para que nadie quede excluido. La política identitaria posmoderna de los estilos de vida particulares (étnicos, sexuales, etc.) se adapta perfectamente a la idea de la sociedad despolitizada, de esa sociedad que “tiene en cuenta” a cada grupo para asignarle un lugar en virtud de las discriminaciones positivas y de otras medidas ad hoc. Sin una “parte sin parte”, sin una entidad exiliada o desconectada que se presente o manifieste como representante del universal, no hay cabida para el verdadero conflicto político.

¡Es la economía política, estúpido!

Žižek: «La gran novedad de nuestra época post-política del «fin de la ideología» es la radical despolitización de la esfera de la economía: el modo en que funciona la economía (la necesidad de reducir el gasto social, etc.) se acepta como una simple imposición del estado objetivo de las cosas. Mientras persista esta esencial despolitización de la esfera económica, sin embargo, cualquier discurso sobre la participación activa de los ciudadanos, sobre el debate público como requisito de la decisión colectiva responsable, etc. quedará reducido a una cuestión «cultural» en tomo a diferencias religiosas, sexuales,étnicas o de estilos de vida alternativos y no podrá incidir en las decisiones de largo alcance que nos afectan a todos. La única manera de crear una sociedad en la que las decisiones de alcance y de riesgo sean fruto de un debate público entre todos los interesados, consiste, en definitiva, en una suerte de radical limitación de la libertad del capital, en la subordinación del proceso de producción al control social, esto es, en una radical re-politización de la economía.

El precio que acarrea la despolitización de la economía es que la esfera misma de la política, en cierto modo, queda despolitizada: la verdadera lucha política se transforma en una batalla cultural por el reconocimiento de las identidades marginales y por la tolerancia con las diferencias. Así entonces, tantas cuestiones hoy en día se perciben como un problema de tolerancia, y no de justicia, explotación o desigualdad.

Puesto que el horizonte de la imaginación social ya no permite cultivar la idea de una futura liquidación del capitalismo- ya que, por así decir, todos aceptamos tácitamente que el capitalismo está aquí para quedarse-, es como si la energía crítica hubiese encontrado una válvula de escape sustitutoria en la lucha por las diferencias culturales, étnicas, de orientación sexual…una lucha que tiene el efecto de dejar intacta la homogeneidad de base del sistema capitalista mundial.

«La única manera de crear una sociedad en la que las decisiones de alcance y de riesgo sean fruto de un debate público entre todos los interesados, consiste, en definitiva, en una suerte de radical limitación de la libertad del capital, en la subordinación del proceso de producción al control social, esto es, en una radical repolitización de la economía».

Lo que de verdad importa: las relaciones de producción en el capitalismo avanzado

En busca del valle encantado (1988), película de animación producida por Steven Spielberg y con dinosaurios como protagonistas, nos brinda la articulación más clara de la ideología multiculturalista liberal hegemónica. El mismo mensaje se repite una y otra vez: todos somos diferentes- algunos somos más grandes, otros pequeños; algunos sabemos cómo luchar, otros sabemos cómo darnos a la fuga-, y debemos aprender a vivir con estas diferencias, a percibirlas como algo que enriquece nuestras vidas. Fuera parece que somos diferentes; por dentro todos somos iguales: individuos asustados, perdidos en el mundo, que precisamos de ayuda de los demás. Carnívoros y herbívoros favorecemos al eco-sistema, por lo que hace falta toda clase de criaturas (¿significa esto también: tipos agradables y brutales, pobres y ricos, víctimas y torturadores?). Cualquier noción de antagonismo “vertical” que atraviese el cuerpo social es estrictamente censurada, sustituida y/o  traducida por la noción de diferencias “horizontales” con las que tenemos que aprender a convivir en la medida en que nos complementamos entre sí. Aquí, la visión ontológica subyacente es la de una irreductible pluralidad de constelaciones particulares, cada una de las cuales es de por sí múltiple y desplazada, no pudiendo jamás ser subsumida bajo alguna suerte de contenedor universal neutral. Lo que deberíamos tener realmente en cuenta es que: 1) el énfasis en la “multitud y en la diversidad” enmascara la monotonía que subyace a la existencia global en la actualidad. 2) la universidad real no es el espacio neutral (nunca-alcanzado) de traducción de una cultura particular a otra, sino, por el contrario, la violenta experiencia de cómo compartimos el mismo antagonismo, más allá de las diferencias entre culturas.

Según Žižek, “toda esa proliferación de nuevas formas políticas en torno a cuestiones particulares (derechos de los gays, ecología, minorías étnicas…), toda esa incesante actividad de las identidades fluidas y mutables, de la construcción de múltiples coaliciones ad hoc, etc.: todo eso tiene algo de falso y se acaba pareciendo al neurótico obsesivo que habla sin parar y se agita continuamente precisamente para asegurarse que algo –lo que de verdad importa– no se manifieste. De ahí que, en lugar de celebrar las nuevas libertades y responsabilidades hechas posibles por la “segunda modernidad”, resulte mucho más decisivo centrarse en lo que sigue siendo igual en toda esta fluida y global reflexividad, en lo que funciona como verdadero motor de este continuo fluir: la lógica inexorable del capital”.

Brian Barry sostiene desde Culture and Equality un punto de vista similar: «la proliferación de intereses especiales fomentada por el multiculturalismo conduce a una política de “divide y gobierna” que sólo puede beneficiar a aquellos que más se aprovechan del statu quo. No existe mejor forma de cortarle el paso a la pesadilla de la acción política unificada de los desfavorecidos económicamente que podría conducir a demandas comunes que el enfrentar a los diferentes grupos de desfavorecidos unos contra otros. El distraer la atención de las desventajas compartidas, tales como el desempleo, la pobreza, la baja calidad de la vivienda y los servicios públicos inadecuados, es un claro objetivo anti-igualitario a largo plazo. Todo lo que pueda poner el énfasis en la particularidad de los problemas de cada grupo en detrimento de centrar la atención en los problemas que comparten con otros es, por lo tanto, bienvenido».

Žižek: “Sin duda, hay que reconocer el importante impacto liberador de la politización posmoderna en ámbitos hasta entonces considerados apolíticos (feminismo, gais y lesbianas, ecología, cuestiones étnicas o de minorías autoproclamadas). No se trata de minusvalorar estos desarrollos para anteponerles alguna nueva versión del esencialismo económico, sino de reconocer el problema: la despolitización de la economía favorece a la derecha populista con su ideología de la “mayoría moral”, y constituye el principal impedimento para que se desarrollen de una forma real los efectos de las reivindicaciones (feministas, ecologistas, etc.) propias de las formas posmodernas de la subjetivación política. En definitiva, se trata de promover “el retorno a la primacía de la economía” pero no en perjuicio de las reivindicaciones planteadas por las formas posmodernas de politización sino, precisamente, para crear las condiciones que permitan la realización más eficaz de esas reivindicaciones”.

En definitiva, el multiculturalismo (la lucha feminista, la búsqueda de la libertad afectivo-sexual, la defensa de las identidades culturales subestatales, la ecología … en realidad todo movimiento político liberador no centralmente económico o de clase) no es sino una treta del capital para desactivar la contestación al orden económico-político imperante en estos momentos. Politizar las distintas luchas particulares dejando intacto el proceso global del capital, resulta sin duda insuficiente. El capitalismo tiene además una gran habilidad para integrar en su seno estos conflictos identitarios multiculturales de forma que parezca que hay cierto conflicto, pero obviando y evitando el verdadero conflicto. Sería algo así como permitir que se desafíen algunas reglas, siempre que no se desafíe la regla. Žižek considera que esas causas emancipadoras  deben ser defendidas con ardor por la izquierda marxista, pero se debe hacer de una manera que refuerce la, por así decirlo, madre de todas la batallas: el modo de producción y acumulación.

«Deberíamos, por tanto, aplicar la vieja crítica marxista de la «reificación»: imponer la»objetiva» y despolitizada lógica económica sobre las supuestamente «superadas» formas de la pasión ideológica es LA forma ideológica dominante en nuestros días, en la medida en que la ideología es siempre autorreferencial, es decir, se define distanciándose de un Otro al que descalifica como «ideológico». Precisamente por esto, porque la economía despolitizada es la ignorada «fantasía fundamental» de la política postmodema, el acto verdaderamente político, necesariamente, supondría re-politizar la economía: dentro de una determinada situación, un gesto llega a ser un ACTO sólo en la medida en que trastoca («atraviesa») la fantasía fundamental de esa situación».

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